Era un martes inusual, como sentimiento de domingo cimarrón. La nación celebraba el 159 aniversario de la gesta restauradora. El grito de Capotillo era una poema heroico. La más hermosa de las epopeyas nacionales, donde como en 1844 y 1965, se manifestó el espíritu aguerrido y valiente del pueblo dominicano. Fue primero el General La Gándara quien manifestó la encerrona que fue para el ejercito español aquella guerra de guerrillas. Fue el mismo La Gándara quien se percató prontamente del verdadero sentimiento libertario nacional de las mayorías del pueblo, en contraposición a la astucia politiquera de Santana con el proyecto de anexión. Vendido con tigueraje criollo a Isabel II, la de los tristes destinos como apunta Pérez Galdós.
Temprano con sabor a café, Jacques le Bon pasaba revista al acontecer junto a la prensa nacional. El jefe de estado daría un discurso desde Santiago de los Caballeros. Una especie de rendición de cuentas de la mitad de su mandato, y una clara disposición de optar ya por la reelección. Parecería los aparentes buenos números del síndico de la ciudad, motivaron la arenga política con el escenario del monumento a los héroes restauradores en el corazón del Cibao. Con la fecha, Jacques le Bon recordaba la obra "La Guerra de la Restauración" de Juan Bosch, para él lo mejor escrito sobre el tema. Los apuntes de Bosch sobre lo dual de las masas al participar de aquella gesta era revelador. Con sentimiento patriótico de lo nacional, y como pequeños burgueses como forma de ascender en lo social. De ahí aquél generalato, y repartos del botín de la vaca nacional que nos acompaña hasta nuestros días.
Secuestrado por pensamientos obsesivos, Jacques le Bon pasó todo el feriado con aquél extraño símil entre Restauración y nuestros tiempos de "Guerra sin cuartel contra la corrupción y la impunidad". Dándole vueltas en la cabeza. Como una mancha cerebral Jacques recordaba un titular de la prensa la semana pasada: "Juez reenvía para el 19 de Diciembre inicio preliminar del caso Medusa". El caso de más de 50 implicados parecía un laberinto de pan y circo sin fin. Las novedosas delaciones premiadas en el sistema jurídico nacional parecían astucia legal. Fue el juez argentino Eugenio Raúl Zaffaroni, quien acuño el término testigo basura. Al salir de la basura del proceso sentenció Zaffaroni.
Ya en la noche, Jacques le Bon escuchó la arenga del presidente. Muchas verdades, como la comparación entre el costo de viejas obras y nuevas obras a pesar de la actual galopante inflación mundial, era un oneroso rastro del mayor deporte nacional de todos los tiempos, el impune robo al erario público. Como pesadillas de más de lo mismo, Jacques le Bon pensó en los actuales procesos judiciales. Imbuido de un dejo de cierto pesimismo, se preguntaba si estos testigos basura serían igualmente procesados y devolverían los robos de fondos públicos, aún tuviesen una reducción de la pena. O todo se quedaría así, inmutable como polvo diluido. La metáfora de buenas intenciones del jefe de estado con el cascabel en la mano para el gato producía aún esperanza, todavía dos años después. Sabia Jacques le Bon, desde su hoyito en Villacon, que el verdadero cambio sería la madre de las batallas en los reales sentimientos del alma nacional.