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DANKE KOLN

Imponente desde la ventana del hotel, sonreía repleta de siglos la catedral de Colonia. Los arboles despoblados, con su elegante desnudez propia del invierno, surcaban los cielos de manera sencilla, con toda la timidez de su regia presencia. Siglos después de ser villa romana, santuario francés,  yergue en la rivera del Rhin esta hermosa ciudad alemana, con un método de orden y progreso esparcido en cada detalle, en cada nota musical en su moderno Kõlner Philharmonie, en las creaciones gastronómicas del delicado Maibeck, preñado de las brisas del rio, un santuario al paladar de la poca difundida cocina alemana. El sentir de la raza aria, en el espíritu de taberna de Peter Brauhaus, con un tartar inolvidable, su inconfundible sabor a madera y primer mundo para toda la vida. El protagonismo de la colonia 4711, se derrama en cada piedra, en cada nube y puntiagudos techos germanos de esta milenaria villa. El buen gusto y la riqueza bien llevada, en la magistral colección del museo Ludwig; regio y perfumada mente atractivo. Acostumbrados al ruido y la furia de ciudad latina, vivir poder caminar, sentir el vibrante respeto por el peatón, el ciclista, los trazos urbanísticos pensados en el ser, la inclusión, del hombre como la medida de todas las cosas, en cada detalle, en cada estructura, sin derroche, sin falsa codicia. El espíritu de gigantes lideres como Adenauer, Böll, Offenbach esparcidos en cada fotografía, en su olor colosal, en el sabor de sus brisas al fragor del primer mundo, abruman el alma en agradable presencia. Que hace verdaderamente la diferencia, el sentir y la cosmovisión tan oportunamente bien puestas, tan generosamente llevadas como referente de desarrollo y civilización. Experiencia, guerras mundiales, crujías y volver a levantarse esencia del poder y la fuerza, un régimen de consecuencias oportunamente ejecutado; plasmados en cada paso, en cada detalle de buen gusto, sin estridencias; en el oportuno y hermosamente manifestado silencio de esta gran ciudad, en los ademanes y finos tratos de sus gentes. En cada gota de su delicada salsa de vainilla, el crujir fabuloso de los hojaldres de sus apfelstrudel, bañados en delicado helado, sublimes manzanas con canela caramelizadas, que junto a sus porosas y cariñosas pasas, sentimos el enorme silencio de toda su grandeza; para deleitar los ánimos de sus "bárbaros" y exploradores visitantes; y sellar en la memoria, su inolvidable presencia y aroma particular de gran ciudad.

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