In Reflexión

IMPOTENCIA

La Carta de Hans Ulrich Van Guz Castelar

Querido Jacques:

Nada pasa; esta verdad que me lleva al mismo puerto. Esta desesperación de frotar las mismas piedras con el termómetro del pie. Sufro, siento el inmenso dolor con toda la plenitud de mi conciencia, pero no paro. No puedo parar, día por día el mismo juramento, el profundo auto-engaño de pensar que hoy será diferente, hoy no tendré las terribles consecuencias y aquella misteriosa sensación de que podré , hoy si. Pero vuelvo, caigo derrotado a la misma altura del suelo,  a saborear ese doloroso sabor a tierra.

Que me pasa?. Como en plena mañana hago un juramento, una sospechosa fortaleza emerge de mi ser, apelo a la verbalización  de mi fuerza de voluntad, una decisión sopesada y respaldada por el descenso de la mente al corazón. Pero, hoy como ayer,a las 2:00Pm vuelvo a beber, a tomar esa primera copa sin planificarla. Como un mandato de las oscuras tinieblas del infierno me veo en el mismo bar retumbando el macizo madero de la barra pidiendo otro más. Cuando recién hago conciencia ya van tres, y me susurro en mis entrañas y ya para qué. Otra vez sacudido por el implacable poder del alcohol, embestido del traje triste de Mr. Hide siento  el amargo sabor de mi oscuridad. El reducido valor de mis palabras matutinas, el fango de ignominia que se ha convertido mi vida.

No puedo?, no quiero?. Todo pierde sentido mi querido Jacques, esto que empezó como un gozo, como un sutil combustible para volar y soñar ha devenido en terrible pesadilla. En un río vicioso de lamentos y profusa miseria existencial. El alcohol convertido en un implacable acreedor me retuerce. Apestoso y derrotado levanto la mirada, abro ligeramente las ventanas y observo los cielos, el azul y las nubes brotan de mis ojos, un llanto profundo derrama manantiales en mi alma.

Divisé la plaza España. Todo el esplendor apacible del alcázar me retumbo en mi sucia conciencia. La señorial escultura de Ovando con su dedo acusador me infringía un delatar de mi oscura realidad. Viré hacia la derecha y la centenaria vitrina de caoba del hermoso bar del Drake me guiñaba una mirada perturbadora. Atiné a salir con el traje de mi locura proverbial. Miré los cielos al caer de bruces y compactar mis rodillas en las macizas piedras de la plaza. Grité y vociferé un llanto desesperado: Aquí estoy arquitecto supremo del universo dispón de este triste mortal, enséñame el abismo final. Llévame junto a Diógenes a usufructuar su linterna, y poder divisar mis infiernos. Aquí estoy derrotado, solo, triste y desolado. No puedo más. Ya mi lámpara extinta no soporta más miseria ni dolor. Huelo la profundidad de la tragedia, siento las dolorosas cicatrices de mi fondo existencial.

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