Chocaba con el orden establecido desde su lenguaje del corazón. Locuras en parábolas ajenas a los intereses y el status quo. Desde un asno fornido, cruzaba las puertas de Jerusalén entre vítores con palmas perfumadas de desiertos. Era un sueño. Un anhelo de despertar espiritual con crucifixión para su propio necesario calvario. Jean Valjean cabalgaba en busca del juicio final. Avanzaba tras su Poncio político como instrumento terrenal. Sabia que atravesar las injusticias de este mundo. Purificarse con la indiferencia del poder detentado era necesidad. Requisito para elevarse a las prédicas eternas del paraíso celestial.
Mateo Levi, Marcos Brosman, Juan Kohen y Lucas Perlman acompañaban a Jean Valjean en sus sueños. En su peregrinación por Jerusalén ciudad de Dios. Todos decididos. Eligieron su maestro para consumar las enseñanzas espirituales. Hartos del mundo de los deseos. Cansados de chocar con las mismas piedras del mundo del placer. Sobrios. Revestidos de la buena voluntad con la aceptación. Renovaron los cánones espirituales para resaltar la semana mayor desde sus búsquedas necesarias. Sin dogmas. Desde el sentir de su conciencia plena frotaron su religare. Un Gólgota de dolor con sacrificio les señaló el rumbo. El despertar con gozo se fusionaba con el polvo enardecido por los vientos.
Perdónalos, por que no saben lo que hacen (Lucas 23:34). Dos mil veintitrés años y siguen. En algún momento pensó Jean Valjean que la pandemia sería un renacimiento. La posibilidad del anhelado súper hombre. El cambio psíquico. Lo cuántico y trascendental de ser seres espirituales viviendo una experiencia humana.
Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas 23:43). Mundanales. Dados a los afanes de este mundo. Tocando fondo desde los excesos. Con sabor a tierra se levantaron. Arrepentidos, comieron del pan espiritual de la salvación. Antes y después. Como dos vidas en una. Aquí y ahora con sabor a fe. Creyeron y son salvos.
Mujer ahí tienes a tu hijo … Hijo, ahí tienes a tu madre (Juan 19:26-27). Amarse para amar y ser amado. Deber filial. El reloj de la vida. Los ciclos. Cuidar para ser cuidado. Cuidado para saber cuidar. Reciprocidad. Amar que es dar. Ser y estar. Propósito. Misterio volver a ser niño. Niño ya adulto con la experiencia y la habilidad de responder. Madre e hijo. La tierra como hogar. Fragilidad asistida. Mano extendida en gratitud con generosidad. Latidos del corazón en cada gesto. En cada deber cumplido desde el agradecimiento.
Dios mío, Dios mío ¿porqué me has abandonado? (Mateo 27:46 – Marcos 15:34). Libre albedrío. Probar para saber. Perderse para encontrarse. El dolor de existir. El valor de vivir. Buscarte. Quererte. Desearte. Sentir en las segregaciones del recurso interior los aromas de tus mandatos. La generosidad de tú plan. Instrumentos con vientos de libertad acariciando tus seductores hilos eternos.
Tengo sed (Juan 19:28) Ansias. Sed de justicia. Justicia necesaria, más no circo. Sed justos. Sed fisiológica desde el calvario. Sed espiritual para como el Cristo consumar la redención. La salvación como misión íntima. Salvados desde el gozo en el presente. Saciados el verbo hecho carne.
Todo está consumado (Juan 19:30). Haciendo la voluntad del padre. Cumplida la misión redentora. Ejercer un digno comercio para ganarse la vida y, esculpir versos para deleitar el alma. Consummatum est.
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lucas 23:46). Derrotado aceptó su ingobernabilidad. Confiado a la diestra sentía las caricias del Arquitecto Supremo del Universo. En comunión con el mundo del espíritu. Ensayo con error. Conscientes de su condición humana, Jean Valjean junto a Mateo Levi, Marcos Brosman, Juan Kohen y Lucas Perlman buscaban crecer. Tenían constantes progresos en su búsqueda espiritual, más no perfección. La mano inmarcesible de Dios era norte. Fuente inagotable de paz y serenidad. El Gólgota les recordaba el sacrificio. El mensaje redentor de la eterna posibilidad. La semana mayor recreaba la posibilidad. El acceso descodificado al paraíso.