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SURREALISMO DE VERANO

Santiago Carrillo Ibáñez suspiraba dolor, frustración en cada bocanada a su Ducados. El periódico de la mañana le agobiaba, el surrealismo del rumbo de su amada España le atormentaba en cada célula; en el aire de confusión general de los destinos de la nación. Iglesias y su Podemos, fotografía maldita del populismo y la vuelta al folclore del tercer mundo. Los nacionalismos, tontos y aberrantes, en tiempos de unión y competencia feroz. El mundo; que gira y enloquece en busca de su verdad, a los pies de su autodestrucción, frágil y sin timoneles esenciales. Carrillo tomó Café y 6 crujientes galletas María, el olor del bullicio de los turistas, desde su balcón a cuadras del Prado, anunciaba el verano Madrileño, repleto de bochorno, juerga y luces de la confusión y la insoportable levedad del ser en estos 2018. La noticia del desalojo de los restos mortales del Generalísimo Franco del Valle de los Caídos, hombre fuerte y arquitecto tras la guerra civil, fue el sabor amargo al bajar las escalinatas de su departamento. Santiago había combatido a Franco, pero de ahí a pretender borrar la historia, eliminar de un plumazo la verticalidad, y toda la visión de estado de este hombre, excomulgar del olimpo de la gloria, al caudillo de España por la gracia de dios, que como Isabel la Católica, unificó el reino, represó el país y creo las bases para el desarrollo, era una estupidez de este Sánchez alérgico a la biblia. Un país desbastado por una guerra civil, y este hombre con voluntad monolítica y pos supuesto muchos excesos, levantó la moral y logró recomponer las fuerzas de una sociedad destruida y dividida.¿ Porque?, se preguntaba Carrillo, desandar los pasos, destruir aquellos pactos de la Moncloa, donde derecha e izquierda, opresores y oprimidos miraron el futuro con optimismo. Rubricaron, llenos de amor y nacionalismo, los puntos donde todos serían España. Santiago miró la bruma de aquella mañana, el cambio y el futuro ya no le pertenecían. El recuerdo de los sesudos planteamientos de Ortega de aquella España, flotaron como luces por todas sus venas. Será lo que tenga que ser mascullaba; al encender otro ducados, nadie aprende en cabeza ajena cojones. . . . , se reconfortaba. A pesar del húmedo calor, fue por otro café, a sentarse plácidamente a disfrutar las faldas del momento en la plaza, a buscar la inmediatez del exhibicionismo que no dejaba nada a la imaginación. Dos ricas andaluzas, a juzgar por su acento le alegraron la mala hora. Le recordaron la comedia humana de Balzac, con su salero y verbo cantáo. El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive una sola vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni enmendarla en sus vidas posteriores; pensaba. Sintió un sabor a levedad en su boca, con que facilidad juzgan los que no estuvieron allí; cuanta arrogancia de libertad, y aires europeos en este terruño que fue tercer mundo, para derrumbar los cimientos de aquella nueva España que por fin superaba la borrachera imperial del nuevo mundo; cuanta gente valiosa pensó. Es verdad con oscuridades, excesos y muchos errores. Pero, más luces que sombras. Cuanta acción y valor; viva España coño, musitó. Hacia las 11 de la mañana, vociferó a Lucio, el cantinero Gallego; tráeme un pincho de jamón Ibérico y otro de tortilla, será lo que Dios quiera.

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