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FICCIONES DE DAVID

Como cura del deseo ante una realidad devastadora. Jacques le Bon, con las lluvias de Franklin, vivía un déjà vu con efectos de realidad y, la resistencia de lo real desde la máquina del tiempo. Los recuerdos de su niñez, con el poderoso paso del huracán David, eran imborrables imágenes en su cerebro. Jacques le Bon sentía como suyas, aquellas palabras de Gabriel García Márquez: la vida no es lo que uno vivió sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.

Con el cerebro a millón con posibles ficciones, en palabras de Roland Barthes, Jacques le Bon a David deseaba olvidarlo, y despertar a menudo de ese olvido. Recordaba, por la coincidencias de evento y fechas, que David como fenómeno atmosférico fue de categoría 5, aquél fatídico 31 de agosto del 1979, cuando tocó tierra. David fue responsable de más de 2,000 muertes, lo que lo convirtió en uno de los huracanes más mortales de la era moderna. Causando daños torrenciales en su camino en toda la República Dominicana. Jacques le Bon, con una mirada de terror rememoraba sus vivencias. En silencio googleo el hecho: Al tocar tierra David giró inesperadamente hacia el noroeste, causando vientos de 200 km/h en Santo Domingo y vientos de categoría 5 en otras partes del país. La tormenta causó lluvias torrenciales, lo que resultó en inundaciones extremas de los ríos. La inundación arrasó pueblos enteros y comunidades aisladas durante el ataque de la tormenta.

El terror como sentimiento de miedo desde el recuerdo, producían una cura del deseo a Jacques le Bon. Quizás eso pensaba, ante el protagonismo de la furia del paso del fenómeno atmosférico que lo sacaba de su ser, sin interés ni acción en conseguir algo en concreto. De una pieza, como piedra maciza observando aquello. Paralizado con el chirrido de los vientos, siendo invisible ante el choque con rabia del huracán por todas las ventanas metálicas de su casa. Impotente. Absorto con pequeñez desde una cueva, como su recuerdo inconsciente desde el vientre materno antes de nacer. Vívido, con apenas 8 años, Jacques le Bon recordaba aquello. Planchas de Zinc volando. El rugir con ímpetu del mar Caribe desde las ventanas de su habitación. Los árboles, muchos centenarios, que caían como palillos por toda la calle Uruguay hasta llegar a las puertas del mismísimo Palacio Nacional en la calle Moisés García.

El grito de personas competía con los caudales de agua haciendo estragos por todas las calles del ensanche Lugo. Jacques le Bon pensaba en el parque Independencia y, en el parque Eugenio María de Hostos sus lugares de esparcimiento como fugaces recuerdos de la cura del deseo y, la  desaparición del juego. Como cámara lúcida las devastaciones le producían desvalidez. Ignoraba la fragilidad de la inmensa mayoría. Sus cuatro paredes era su mundo. Su mundo golpeado por un canto lleno de furia y maldad destructiva.

Horas de terror. Tras la tempestad, la calma. El inventario de consecuencias uff, mascullaba Jacques le Bon. Un nuevo gobierno de cambios y esperanzas democráticas, lacerado en sus cimientos por esta crueldad como fenómeno de la naturaleza. Tan concurrido en estos lares tropicales. Tan familiar en la memoria colectiva de este Caribe. Fueron pues nuestros mismos Taínos desde el génesis, los que le denominaron Huracán. Jacques le Bon se sacudía con la intermitente lluvia de Franklin. Volvía al recuerdo de los días después de David y Federico. Jornadas de agonía nacional. Quizás el evento que preparó al dominicano para la guerra. Plantas eléctricas, lámparas camping de gas y agua almacenada era parte del cotidiano.

Recordaba Jacques le Bon la aversión le tomó a la leche evaporada, la cual tuvo que beber por meses. La desaparición de los camiones de leche Rica, y por ende de la Choco Rica era dolorosa. Los quesos cheddar, regalos del imperio que circulaban como mercado negro y ya hartaba con su mismo sabor. Como una lúcida cámara Jacques le Bon rememoraba, o pensaba en como recordaba aquella odisea. Su amada abuela Nieves empequeñecía los estragos de David al contar sus experiencias con San Zenón. Aquél otro terrible huracán. Siempre lo viejo es mejor o peor. De repente Jacques, desde recuerdos con ficción, volvía. La composición Son de la loma, hecha en Santo Domingo de Guzmán en pleno San Zenón por el Trío Matamoros, se le esparcía por todo el hipotálamo: (Mamá yo quiero saber de donde son los cantantes…Que lo encuentro muy galantes… y los quiero conocer… con su trova fascinante que me la quiero aprender..) Dentro de la dificultad está la oportunidad, pensaba Jacques le Bon.

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