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POETA EN NEW YORK

Al llegar, el olor oscuro de la avenida Van Wyck con sabor a prisa y soledad. La primavera hermosa. Los árboles desnudos mirando el cielo. El recuerdo del poeta granadino en cada aliento, en cada paso en la gran urbe. Sus palabras desde Columbia esparcidas por todo el alto Manhattan. A la mañana siguiente vi al rey de Harlem. Sentado en la Frederick Douglas con dos tambores largos y sus pieles curtidas en el Sahara. Cantos y gemidos continentales repletos de dolor brotaban por toda la avenida. Lo vi tal cual la descripción de Federico García Lorca: Con una cuchara, arrancaba los ojos a los cocodrilos y golpeaba el trasero de los monos. Justo al lado la panadería del nigeriano. Que destilaba mas que aroma a pan, un profuso olor a hechizo con sabor a magia negra. Una extraña fusión multicultural moderna era un primor. Harlem era símbolo de nuevos tiempos. Camino al Subway en la 137 Street divisé una bodega de dominicanos. Un aroma chabacano y de punta de lápiz no mata pintaba los cielos. Justo en la esquina una iglesia y un majestuoso campanario. De las salidas junto al repicar de las campanas se esparcía el alma de Aretha Franklin en mi imaginario. La voz de la dama del soul me erizó los pelos y el corazón. Por un tiempo no pensé nada. Cruce la calle, descendí las escalinatas y aborde el tren.

New York era sucio. Me chocaba a pesar de mis varias visitas a la gran manzana. El subway no era ajeno. La fotografía de dos gays dándose tabla en el vagón me recordó la revolución del 68 en París. La libertad total sexual del mundo de hoy; y que bien quizás. Me pregunté si somos hoy como especie más libres. Rostros serios, almas secuestradas por micro pantallas en un mundo virtual. La rapidez como estado natural. La ciudad que no duerme suspiraba. Llegué a Columbus circle. Decidí no preguntarme nada en este momento. He visto que las cosas cuando buscan su curso encuentran su vacío. Al subir un carrito de hot dogs me guiño el ojo. En cada mordida, en las caricias de una rica salchicha de carne, la sencillez de un pan fresco con ketchup y mostaza me deleitaba. El almirante Colón tan grande y tan olvidado en esta latitudes. Su imponente figura, de espaldas al parque destiló vientos ibéricos.

El sol en el Central Park riela. Una paleta cromática con los cherries blossom acariciaban mi conciencia. El viento con sabor a árboles, un microcosmo de madre naturaleza con olor a plata y verdes eternos. La soledad del poeta de Granada  y sus versos me brillaban con furia. En busca del amor del lector, negadas al sabor del olvido. Divisé un Le Pain Quotidien. Un capuccino, un croissant y una mini-baguette de avellanas achocolatadas me secuestraron. Me senté bajo un árbol. Mire los cielos imperiales, las extrañas formas del campo nuboso. Los rascacielos brotaban como dólares amontonados con sabor a sangre, lujuria y trabajo. Bodas de sangre, yerma. Bernarda Alba, Cancionero Gitano. Las pugnas y el sinsabor político con Primo de Rivera. La caída triste de la mano del Generalísimo Franco o los eternos bufones y adulones del reino. Poeta, prosa exquisita y genuina. Creador de metáforas excelso y sublime. Tu recuerdo, el aroma sabio e intelectual de tus cátedras de Columbia. Tu garbo y pluma celestial brota por toda la ciudad.

De vuelta del paseo. Asesinado por el cielo y el recuerdo volví a Harlem. La luna brilla en las calles, en las zonas grises el viento. Un blando movimiento triste, torvo y acre con olor a plata. Golpes de cadenas y sabor a rutina. Manhattan agridulce. Repleta de fresas, frambuesas, blueberries, blackberries  provoca y evoca. Hojas de hierbas, cuna que se mece eternamente.

 

 

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