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EL ÚLTIMO EMPERADOR

Sudoroso saltaba en la cama. Otra noche de ficción y algarabía de sueños. La muerte de Bertolucci era material. El símil de la decadencia imperial-partidista, Peter O’toole como tutor del gran capital cuando llegue la cuenta, la grandiosidad del poder que arrebata, materia prima en ese extraño escenario de sueños. Deseos de cambio y el fin de la brumosa peste púrpura. 20 años de politburó maldito, bono-gas, bono-luz, bono-romo a la usanza  de la escuela populista Chavista-Da silva que asfixia. Posterga la necesaria aceptación para cambiar del ethos. Un sentimiento de hartazgo hasta del real progreso pero prestado tan cacareado. Todo empezó a las 10:42pm, justo 15 minutos después de que Morfeo dirigía la orquesta. Un profundo olor a Buenos Aires se manifestó en el hipotálamo nuboso de Franklin Mieses Camus. El search empezó en la Biela, la emblemática cafetería de Recoleto. Al llegar se sentó en la mesa junto a Borges y Bioy Casares. Luego de engullir unos prensaditos y cafés, en pleno sueño Franklin saboreaba húmedamente, iniciaron todos con determinación un místico viaje a Babilonia. Un torbellino de hexágonos los llevo hasta la biblioteca de Babel. Al llegar el polvo y el sabor a humedad palidecieron los ánimos, un melancólico bandoneón de Piazzolla goteaba un último tango. Un extraño libro, con olor a sabiduría milenaria le cayó en sus pies. La comedia humana universal, rezaba el titulo de la obra. Habrá estado aquí Balzac pensó Mieses. Una especie de lluvias cristalinas y fotografías de los jardines colgantes acariciaban la vista y las extasiadas mejillas de los poetas Argentinos y el singular Antillano. Presenciarás la justicia y la verdad; le vociferaba una voz. llego la hora, la mala hora de los corruptos y malhechores. El bastón de Borges le martillaba unos versos como sabios suspiros, con un dejo a Alfajores Havana: Nuestros pueblos requieren de fuertes procesos dolorosos de orden y disciplina. Décadas de una tecnocracia capaz, con visión y ego histórico. El clima, la hamaca, la portada de La isla al revés  como fotografía de la frontera, le circulaban a Franklin como flashes de mini vallas de un mall de ciudad. En medio del sueño sintió náusea, una náusea moral y materialista como Sartre, ante este putrefacto existencialismo nacional. Congreso para el progreso, versaba un slogan prieto y de mal gusto. El barrilito, los gastos sin control, los vehículos de lujo de sus miembros y todos aquellos privilegios explotaban por todo el espacio sideral como heces con hedor a romo y chicharrón. La supuesta opocisión, la prensa, el frágil y mediocre poder económico eran orines ácidas que exhalaban los hoyos de un infierno de azufre en el mar. En una barca grisácea y maldita, todo el stablishment, incluyendo a los célebres encartados y el consorcio, navegaban en círculos por el canal de la Mona sin rumbo. El réquiem de Mozart aturdía el miedo y la putrefacción, cercenaba el deseo de bachata. Como un eterno retorno, ahh Heráclito, a la maldición y la desdicha de sus orígenes. La barca surcaba círculos de espuma y vacío. Borges reía al ver la cara de Franklin. Miraba los anaqueles y respiraba el profuso olor a lavanda y jazmín de toda la biblioteca. Le preguntaba Jorge Luis: Uno de los cinco congresos mas caros de la región. En ese paisito. Y para que sirve, como el ejercito para que se preguntaba. Franklin bostezaba, veía a esas crápulas arrastrar los pies como presos desorientados y pensaba en la nueva adenda al presupuesto por la friolera de casi  8 mil melones. La comedia humana, repetía Borges. Los políticos son un reflejo. El teatro de la realidad. Como un rayo de luz, con los labios humedecidos con el sabor de unos dátiles con pistachos de Babilonia se levantó Franklin Mieses Camus. Como fotografía real vinieron aquellos versos de Jorge luís Borges en Ficciones: Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñandolo. Un hedor a triste reelección se esparció por toda la habitación. Una pesadilla de dramática realidad. Sin sugerir soluciones, sin buscar remedios. Hasta cuando pensó; con el aburrido tiritar de su cepillo de dientes. En un abrir y cerrar de sus ojos el dulce recuerdo de un helado Freddo borró la brumosa pesadilla. La magistral toma de la Ciudad Prohibida de Bertolucci se le enseñoreaba. Una hojarasca repleta de brisas entonaron un canto de esperanza, pinceladas de alegría para el nuevo día.

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