Era un martes de verano tropical. Como la legítima duda presidencial de ir o no ir, Jacques le Bon dudaba entre varias opciones para desayunar. Abría todas las ventanas de par en par en busca de la anhelada brisa. De repente, como mandato de las deidades gastronómicas, divisó media barra de pan campesino que tendría como tres días. Todo estaba decidido. La voz interior rimaba con los cielos como mandato celestial. Manos a la obra vociferó Jacques le Bon, serán unas Migas Extremeñas a lo Ponty. Tomó la vieja barra de pan y primero troceó cuatro rebanadas como de una pulgada. Luego las corto en …









