Era un viernes cimarrón. Las huestes de Ovando bajo el amparo de las Mercedes seducían para imponer los vestigios de civilización. La fecha por esas cosas misteriosas me trasladaron en un viaje de memoria a la ciudad de Ovando, el desarrollador. Mi niñez fue siempre salpicada por la hermosa ciudad colonial, hoy patrimonio de la humanidad. Muchos domingos luego de asistir en familia al oficio religioso del Convento de los Dominicos visitábamos los reducidos altares gastronómicos de la época.
Los imperiales era uno de los preferidos. Emblemático lugar de capitaleños cuyo salón de mesas con la altura de dos grandes escalones, el patio español por …