No se puede ser artista sin haber vivido una gran desgracia. El hambre con dinero fruto del desabastecimiento aturdía. Robaba la magia espiritual para languidecer en un triste escenario, una pulsíon animal ácida y vegetativa. Rómulo Rodríguez Urdaneta perdía el rumbo. Sus pinceles destruidos por el uso y abuso, su paleta de colores cromáticos vacía tronchaba su alma y el doloroso fluir de sus ánimos. Caracas era hoy una ebullición. Un torbellino de una posible esperanza con las nuevas circunstancias geopolíticas con el delfín de López; el posible Guaidó del cambio.
Sin café, sin harina de maíz ni azúcar. Rómulo miraba el horizonte aturdido. Con …









